Musa con hoyuelos y cabello ondulado
Costó mucho trabajo ponerme de pie, fueron los tres segundos mas difíciles de mi vida. No mires atrás, pensé, el temor de ver como te hacías más pequeña sentada en aquella banca mientras me alejaba intentando contener el llanto, hacía que no girara la cabeza por miedo a que mis ilusiones y esperanzas se convirtieran en sal.
Una musa sin rostro acompañaba mis momentos difíciles, ella tan resplandeciente con su vestido blanco, danzaba con el viento y sus manos me decían que todo estaría bien.
Una musa sin rostro. Permitía que siga adelante a pesar de la dificultad, que la soledad no era tan mala, me convencía. Que ella estaba ahí.
Una musa sin rostro me decía que algún día la vería, que no dejara de amar. Y llegó el día en que la musa, mí musa, me encontró. No dudé, fui a su encuentro sin recordar que la soledad no era producto del destino sino de mis decisiones y que no hay pecado sin castigo.
Con ella llegó mi sentencia, la que tanto tiempo se había hecho esperar. Por 3 días sentí que todo era como antes. 3 días de 4 horas. Sí, el poco tiempo que estuve contigo fue suficiente para sentirme vivo de nuevo, a pesar del tiempo que estuvimos alejados la esencia se mantuvo, estábamos dispuestos a recuperar el tiempo perdido.
Fui el verdugo de mi felicidad, un castigo digno para alguien como yo. Te alejé quizás al contarte todo, noté el cambio de actitud; la verdad no esperaba menos pues no es algo que se asimile con facilidad.
Y me congelé mientras te abrazaba, dejando la posibilidad de volvernos a ver en manos del destino, me aferré tanto como ese abrazo en el que quise dejar la vida y lo único que pude hacer en señal de todo lo que significas para mí fue... un beso en la frente como en antaño, por que es así cómo te amo, como amaban los románticos que brillan de forma única por su ausencia.
Tirado en la cama llorando sin consuelo, esperando que viniera la musa a rescatarme me quedé dormido. Pude comprender lo que tenía que hacer, no debo dejarte, no quiero dejarte. Y ahora estoy en tierras ajenas, cuál caballero nómada con las manos desnudas frente a la bestia creada por mis acciones; dispuesto a pelear. Miro a mi costado y ahí está ella, danzando antes de verme partir, dejando que el viento juegue con su cabello ondulando revelando su rostro. Mi musa con hoyuelos.
Damián
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